por: Pablo Bejarano
Leyendo
Canción de Navidad de Charles Dickens, escuchando The little drummer
boy en la voz de Frank Sinatra y teniendo, como fondo, pequeñas luces
navideñas parpadeando en los pilares del café donde me encuentro, me he dado
cuenta que todo me es familiar. Con esto quiero decir que me parecen
enteramente navideños el libro, la canción y el entorno... como si todo hubiera
formado parte de mi Navidad, de la Navidad guatemalteca desde siempre y para
siempre.
Semanas
atrás, cuando el frío empezaba a sonreír sobre nuestra piel, cuando los
primeros centros comerciales se incendiaron con el espíritu navideño y se me
dio por escuchar Amarga Navidad de José Alfredo Jiménez, me emocioné de
pensar que estábamos al borde de dicha temporada y que, seguramente, este año
volvería a ser como recuerdo que fue... Hoy han pasado 24 y 25 de diciembre y
no fue lo que esperaba. Estas cosas me
han llevado a preguntarme: ¿por qué esperar la Navidad nos emociona tanto, pero
cuando llega decimos que no es lo que era? ¿Qué es la Navidad en Guatemala o
cuál es su punto esencial?
He
buscado en lo más empolvado de mis recuerdos todo lo que esté relacionado con dicha
celebración, he escudriñado en la más remota infancia y siempre me encuentro
con esa sensación de que la Navidad ya no es lo que se supone que era, pero que
nunca fue. He llegado a la conclusión de que una Navidad tras otra, he venido
añorando una Navidad que nunca viví. ¿Cómo es esto posible?
Caminando
en la noche del 24 puede ver, como todos los años, niños quemando pólvora,
casas adornadas con luces de la época, pascuas, pino, ventas de manzanas, uvas,
golosinas en general, los preparativos de los tamales, ponche, la música de
siempre en sus variedades mexicana, anglosajona, o meramente católicas, las
personas en la premura de ver a toda la familia reunida antes de las doce, y a
las doce, la quema desmesurada de pólvora. Técnicamente todo es lo mismo desde
siempre, pero a la vez no es lo mismo.
Para
tratar de descubrir por qué, he ahondado un poco en las características de la
celebración, y he notado que el día 24 (que es el de mayor impacto en
Latinoamérica, o al menos, en Guatemala) lo más llamativo son las compras
previas a la media noche, cenar en familia y ver la quema de pólvora a las cero
horas. Fuera de eso, no hay nada de gran magnitud, como lo hay en otras
festividades tales como la Semana Santa o las fiestas patronales. Los momentos
de mayor jolgorio, inclusive, son los llamados "convivimos" que se
celebran días antes, al igual que las posadas, y a pasear de ellos, nos pasamos
esperando el día 24 durante todo el año.
Esto
se debe, y no me cabe la menor duda, a que lo que añoramos de la Navidad nunca
existió, pero es la evocación constante de un pasado al que deseamos volver,
aunque nunca hayamos estado en él. Veamos algunas características de la Navidad
en Guatemala: en los adornos podemos observar, casi siempre, copos y muñecos de
nieve, trineos, renos, paisajes de un clima polar, casas con chimeneas por las
que debe entrar Santa Claus, además de pastores y otras características
palestinas que dotan de entorno a los nacimientos; todo esto entremezclado con
pino, manzanilla, pascuas y más elementos que le dan pertinencia cultural
guatemalteca, pero como vemos, en su mayoría, nuestras decoraciones están
plagadas de elementos de un paisaje polar en el que jamás hemos estado (la
mayoría) y cuando no (como es obvio) de camellos, magos, pastores y pesebres;
es decir, características de un lugar en que si bien, algunas personas de
Guatemala han estado, no la han visto como se evoca en el nacimiento; es algo
que también es imposible, entonces, que hayamos conocido.
A lo
que quiero llegar con estas descripciones, es a lo siguiente: recordamos una
Navidad lejana que nunca vivimos, y al comparar las navidades actuales con ese
recuerdo fantástico, nos parece que todo ha cambiado, que nunca volveremos a
vivir una Navidad igual; efecto que presumo se da porque todos estos ornamentos
que son alusivos a un paisaje polar o asiático antiguo, cuando entraron por
primera vez en contacto con nosotros en la más remota infancia, nuestra
desbordante imaginación de entonces, nos hizo vivir la primera Navidad en el
Polo Norte o en Galilea; es decir, en nuestro primer contacto con la Navidad,
gracias a la magia de la niñez, vimos nieve y renos; Santa Claus fue real y
vimos nacer a Jesús acaso en el sueño de aquel lejano 24 en el que no
conseguimos llegar a las cero horas. Nuestra Navidad es el recuerdo de una
Navidad europea que nunca vivimos, pero que creemos haber vivido.
Por
ese falso recuerdo, esperamos de la Navidad algo que nunca sucederá; por eso
todos saliendo de la adolescencia, vemos diferente una celebración que año con
año es idéntica; por eso nos reunimos en familia, para evitar la nevada que cae
a fuera de la casa, imaginariamente, y adornamos con un muñeco de nieve el
árido mediodía guatemalteco.
Pablo
Bejarano
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